¿Quién no piensa en un lobo, seamos rigurosos, en una loba, cuando recuerda Roma? ¿Quién no tienen en algún lugar de su imaginación (la imaginación tiene lugares, del mismo modo que la memoria tiene palacios) la estatua ―bastante posterior, todo hay que decirlo―, de una loba dando de mamar al fundador de Roma, Rómulo, y a su susceptible hermano, Remo?
Este asiento de nuestra bitácora melancólica le dedica atención, una vez más (cf. Romance de lobos), y lo que te rondaré morena, al lobo, que vuelve de nuevo. Quien vio al lobo, aunque no fueran sus orejas, los viernes en El hombre y la tierra, ya nunca lo va a olvidar. Los romanos conmemoraban aquel mito fundacional, la loba capitolina que se hizo nodriza, en unas fiestas conocidas como Lupercalia, “las fiestas de la loba”, que tenían lugar el 15 de febrero. Aquel festival de origen pastoril…
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