Joseph de Maistre escribió un libro titulado Viaje alrededor de mi habitación en el que daba cuenta de que eso de viajar en realidad no era necesario; conforme a esa cosmovisión, uno podría prescindir del engorro de viajar, porque para eso ya están los libros, y todo ello sin salir de nuestra habitación o ―rizando el rizo del fanatismo― de nuestro gabinete o biblioteca. Todo está en los libros. Con los grandes libros de viaje, desde la fundacional Odisea o las Etiópicas de Heliodoro, hasta Robert Byron, Patrick Leigh Fermor o Bruce Chatwin, pasando por Ibn Battuta, Benjamín de Tudela, Marco Polo o Sir Richard Burton, nos encontramos ante un programa inverso: solo un gran viaje justifica un libro y enmendando al gran Quevedo podemos utilizar los ojos no solo para hablar con los muertos, sino también para viajar[1]. Como decía Joachim du Bellay, hereux qui, comme Ulysse, a fait un beau voyage.
Viajes de papel. La imaginación del niño que fui se incendió con aquellos libros de viajes y aquellas novelas ilustradas ambientadas en desiertos implacables y junglas impenetrables, libros que nos contaban las epopeyas de las exploraciones, desde la conquista de los polos al descubrimiento de las fuentes de los ríos africanos, pasando por los viajes en demanda del Gran Khan. He viajado poco, al menos no tanto como hubiera deseado, pero el remedio del que he dispuesto durante toda mi vida para paliar esa carencia siempre lo han constituido los libros. Al mismo tiempo, el opiáceo de la lectura ha sido un eficiente antídoto o veneno administrado en dosis homeopáticas que me ha permitido enfrentarme, con un éxito discreto, al sol negro de mi vieja amiga la melancolía. A través de los libros he viajado por el tiempo y el espacio. A través de los libros ensanché los horizontes de una niñez que se me antojaban, con algo de razón, angostos. Viajes de papel que me han hecho en gran medida la persona que soy.
En este libro agavillo a modo de cuaderno de bitácora varios de los pecios que he escrito en los últimos años como asientos de mis afanes de lector y cartografía de mi paisaje interior. Artículos publicados en las revistas digitales Ojos de papel y FronteraD, a cuyos editores, Rogelio López Blanco y Alfonso Armada agradezco la hospitalidad con que acogieron lo que más tarde serían las entradas de mi blog personal La morada de la melancolía, más algunos textos de artículos dispersos, reseñas y conferencias unidos por el denominador común de la lectura como invitación al viaje. Entre ellos se cuentan pecios sobre mi polonofilia y mis pasiones italianas y centroeuropeas, hijas estas últimas de la lectura en viajes en tren por tierras alemanas del fundacional Danubio de Claudio Magris. Otras piezas están consagradas a mi curiosidad cronorresistente por las turquerías y las cosas de Oriente. El último bloque lo componen cuatro artículos sobre temas que como diría mi amigo Jesús Pardo pertenecen al ámbito de las Ciencias Santanderinas, la tierra en la que a tientas llevé a cabo ―es un decir― mi educación sentimental. Ojalá el lector disfrute leyendo estos pecios tanto como lo hice yo en aquellos viajes de papel.
[1]Retirado en la paz de estos desiertos,/ con pocos pero doctos libros juntos, / vivo en conversación con los difuntos, y escucho con mis ojos a los muertos. Creo que mi amigo Rogelio López Blanco se inspiró en este poema para dar con el nombre feliz de su revista digital Ojos de papel, en la que me honra haber colaborado.