¿Pero quién no ha oído o utilizado una y mil veces la palabra Halloween? ¿Hasta qué punto esta celebración, de uso tan reciente en los últimos años, no ha ido fagocitando a la fiesta tradicional que se celebra al día siguiente, la conmemoración de Todos los Santos? Debemos el préstamo de este vocablo casi de manera exclusiva a la omnipresencia del cine y la televisión norteamericanos en nuestras vidas en las últimas décadas, hasta el punto de que en el mundo hispánico los niños también celebran esta fiesta, basándose en todo aquello que han visto en la gran y en la pequeña pantalla.
Pero todo esto no nos debe hacer olvidar que esta fiesta hunde sus raíces en la noche de los tiempos en los países de raigambre céltica, y que fueron precisamente inmigrantes escoceses, irlandeses y galeses quienes transterraron esa costumbre a Estados Unidos. En algunas zonas del norte de España, por ejemplo en mi tierra, en la Montaña santanderina, los niños han celebrado conforme a la tradición la víspera de Todos los Santos hasta prácticamente nuestros días: precisamente vaciando calabazas e introduciendo en ellas una pequeña vela. Yo mismo preparé esas calabazas antes de siquiera conocer la palabra Halloween.
En la Antigüedad en gran parte de las tierras habitadas por los celtas, se festejaba la fiesta de Samhain el 31 de octubre, último día del año en los antiguos calendarios celtas y anglosajones. En esa fecha, se encendían grandes hogueras en lo alto de las colinas para ahuyentar a los malos espíritus y se creía que las almas de los muertos visitaban sus antiguas casas, acompañadas de brujas y espíritus. Las calabazas iluminadas se solían ubicar en el umbral abierto de una ventana en dirección al Atlántico (en Irlanda), es decir, hacia donde comenzaba el inframundo o más allá de la cosmogonía y religiones célticas.
Con la llegada del cristianismo, del mismo modo que la fiesta o festival pagano de yule (del anglosajón geol o geola, origen del francés joli, «bello» y el inglés jolly, de idéntico significado) se cristianizó como Christmas, se estableció el primero de noviembre como Día de Todos los Santos y el 31 de octubre pasó a llamarse en inglés All Saints Eve (víspera del Día de Todos los Santos) o también All Hallows Eve, y, más recientemente, Hallows eve, que ha terminado por derivar en Halloween.
No hay porque rasgarse las vestiduras. La larga aventura humana sigue su marcha. Los antropólogos nos lo han explicado muy bien: los pueblos entran en contacto y se producen fenómenos de aculturación y sincretismo. Podremos sentir nostalgia porque Santa Klaus haya ido arrinconando a los Reyes Magos o porque Jálogüin (supongo que en algún momento, si no lo ha hecho ya, la RAE, que, recordemos, levanta acta del habla popular, acabará incorporando la palabra; ahí va, pues, mi propuesta ortográfica; y a nadie debería sorprenderlo o mucho menos escandalizarle: las lenguas evolucionan ―y por ende sobreviven― gracias a los prestamos que vienen de otras lenguas que designan nuevas ideas, nuevas costumbres, nuevos hábitos) esté eclipsando a la noche anterior a todos los santos, a perder el hábito de ir al teatro a ver Don Juan Tenorio (o al menos verlo en casa en una vieja grabación de Estudio 2) y que todos estemos atrincherados detrás de nuestra puerta temerosos de que un grupo de zombies infantiles llamen a la puerta, les abramos y, tras sobrecogernos de pavor, nos digan: «¿Truco o trato?».
No obstante, como enamorado de la historia, tiendo a mirar las cosas siempre con perspectiva y anteojeras profesionales; supongo que debió de haber también un momento en que los viejos paganos romanos vieron con desdén y simultáneamente con profunda tristeza como sus viejos rituales se iban cristianizando y, a su juicio, desnaturalizándose. La eterna novedad del mundo.
Nihil novum sub sole.
Gracias por compartir. Me ha parecido muy interesante. Feliz día! 🙂
Me gustaMe gusta
Reblogueó esto en La morada de la melancolía.
Me gustaMe gusta