Heliodoro de Emesa escribió en el siglo IV d. C sus etiópicas. Hugo Pratt dibujó —y escribió— las suyas en el siglo XX d. C.
Los etíopes, del latín Aethiops, que a su vez procedía del griego Aithiops (literalmente “de cara quemada”, de aithein “quemar” + ops “cara”), fueron citados por Homero en la Ilíada como un pueblo que moraba en los extremos del mundo. En griego etíope acabó designando principalmente a los habitantes de África al sur de Egipto, y en un sentido más amplio a los pueblos de tez oscura de otras partes del mundo.
El nombre histórico de Etiopía en nuestra lengua fue Abisinia, que procede de Habasah, el nombre que los árabes le dieron a la región (cf. el nombre en turco, Habeşistan, o en árabe, Al Habesh).
La cita más popular en nuestra lengua de Abisinia se encuentra en la canción del bando republicano durante nuestra Guerra Civil Guadalajara, en su verso “Guadalajara no es Abisinia”, cuyo autor parecía conocer la, a su vez, fuente más popular en Italia del mismo vocablo: la canción Facetta nera (además la música de la canción de los del bando de “la cáscara amarga” era la misma).
Eritrea es desde 1993, tras una larguísima y atroz guerra civil, pues las guerras de indpendencia siempre son guerras civiles, un estado independiente de Etiopía, a la que perteneció históricamente. Su nombre le fue dado por sus colonizadores italianos a finales del siglo XIX; un nombre lleno de reminiscencias clásicas pues procede del nombre que los griegos (Erythrà Thálassa) y más tarde los romanos (Mare Erythraeus) le dieron al Mar Rojo, no en vano erythraîos significa en griego precisamente “rojizo”, el color que da nombre a la Sibila Erythrea pintada magistralmente por Miguel Ángel en la Capilla Sixtina.
Los soldados más valientes que tuvieron los italianos durante la II Guerra Mundial en esta región fueron los eritreos áscaris (acentúo esdrújula esta palabra, derivada del árabe askar (“soldado”) porque en nuestra lengua tenemos “áscari” para designar a los soldados de infantería marroquíes de nuestros históricos tabores de regulares).
El emperador de Etiopía recibía el título de Negush, que ha dado en nuestro “Negus”. Además era conocido como “León de la tribu de Judá” (cf. Apocalipsis, 5.5), “Rey de Reyes” (Neguse Negest) y “Señor de Señores”. En este reino existía un título de nobleza que procedía del árabe “cabeza” o “líder”, el Rais o Ras, que equivaldría a nuestro “duque”.
Un miembro importante de la nobleza etíope, Tafari Makonnen, fue coronado Negus en 1930 con el nombre de Haile Selassie I. Sí, lo han adivinado, su título de Ras Tafari dio nombre a una religión que nació en los años treinta del siglo XX al socaire de los textos del jamaicano Marcus Garvey, quien creía a pies juntillas que Haile Selassie I era un Dios. Recojo un adelanto del nuevo artículo que la próxima edición del diccionario de la Academia le dedicará a la voz “rastafari”: “Seguidor de un movimiento religioso, social y cultural de origen jamaicano que se caracteriza por transmitir sus creencias a través de la música, defender el consumo de marihuana y el uso de una indumentaria y un peinado característicos”. Me atrevo a sugerir que a esta voz le vendría de perlas una breve addenda etimológica.
No hay espacio por ahora para más. Nuevas etiópicas tratarán de arrojar un poco de luz sobre las palabras que el Cuerno de África y el Continente Negro en general han aportado a nuestra lengua.