El Rey de Marruecos es también el líder religioso de su pueblo. Sería inexacto decir que es el jefe de una iglesia, como en el caso del soberano británico, que lo es de la Iglesia Anglicana (no de la Iglesia de Escocia) desde los tiempos de Enrique VIII. El concepto de iglesia no se puede aplicar al Islam; cuando hablamos de esta religión debemos pensar siempre en una comunidad de creyentes, una umma, que es quien reconoce la legitimidad islámica a su líder; si, además, como es el caso de Mohamed VI y su dinastía, la Alauí, se es descendiente del Rasul (profeta es una palabra inadecuada) Muhammad, miel sobre hojuelas. Como los reyes cristianísimos de Francia tenían que tener sang royal, es decir, y era mucho decir, ser descendientes de Jesucristo y, por tanto, de la casa del rey David. Los dos líderes que hasta ahora ha tenido la República Islámica de Irán también son descendientes del Profeta, por eso tanto Ruhollah Jomeini como Ali Jamenei tienen derecho (el primero, tenía) a llevar el turbante de color negro.
Comendador o príncipe de los creyentes es la traducción al castellano de Amīr al-Mu’minīn, que fue traducido al latín medieval como Miramolinus, de donde proceden el griego bizantino amermoumnês (ἀμερμουμνῆς), el italiano Miramolino, el portugués Miramolim y, por supuesto, el castellano Miramamolín, que las crónicas castellanas de las guerras contra los almohades atribuían como nombre personal al califa de turno. Los almohades, secta integrista de origen bereber, que procedía del desierto, establecieron un califato y reivindicaron para sus califas la legitimidad islámica de Amīr al-Mu’minīn, la propia de los primeros califas, los califas rashidun (khalifa significa “sucesor” del Rasul, “el enviado de Dios”).
Es impagable la descripción que de la tienda del califa “Miramamolín”, de su jaima califal, y de su palenque con miles de esclavos negros encadenados, la famosa Guardia Negra de senegaleses, hicieron los principales cronistas cristianos de la batalla de Las Navas de Tolosa (1212). La tradición dice que las cadenas del escudo de Navarra son un recuerdo de las cadenas que ataban al palenque a los miembros de la Guardia Negra, pero parece que se trata de eso precisamente: una tradición.
Mīr en árabe clásico, Amir o Emir, es usado como título equivalente al de príncipe en los estados islámicos de tipo monárquico. En la onomástica del inabarcable universo islámico, desde el Atlántico al Pacífico, desde los Balcanes hasta el subcontinente indio, lo encontramos como nombre de persona, sin ir más lejos en el mundo del cine, como Emir Kusturica, en la antigua Yugoslavia, y Amir Khan, la superestrella de Bollywood, en la India. Existen además otras variantes como Mirza o la versión femenina del nombre: Mira o Amira.
Castilla tenía almirante, y almirantazgo, cuya sede estaba bien tierra adentro: en Medina de Rioseco. La familia Enríquez tenía prácticamente el monopolio sobre ese importante oficio de la Corona de Castilla. Y la Francia de los reyes cristianísimos tenía Admiral de France. Y en la historia de Francia hay un almirante muy ilustre: Coligny, el jefe del partido protestante, aniquilado como tantos de sus correligionarios en la infausta noche de San Bartolomé, el 23-24 de agosto de 1572 en París. ¿Y la Pérfida Albión? ¿Podemos imaginar una institución más británica que el Almirantazgo, y su First Lord of Admiralty? ¿O un británico más emblemático que el almirante Lord Nelson, héroe de Trafalgar?
También hubo almirantes en la Corona de San Esteban, en Hungría, como Miklós Horthy, regente de una corona sin rey y almirante de un país que se había quedado sin mar después de la I Guerra Mundial. O Aleksandr Kolchak, neohéroe en la desquiciada Rusia de Vladimir Putin, santo en el panteón de los rusos blancos y bestia negra de los Soviets, en la crudelísima guerra civil que tuvieron con los primeros, que termino sus días en Irkutsk, el destino final del viaje del correo del zar, Miguel Strogoff. Solamente que al almirante Kolchak lo aguardaba un pelotón de fusilamiento en las aguas congeladas del lago Baikal y no el hermano del Zar de Todas las Rusias.
Bien, me preguntarán ¿Por qué me pongo a hablar de almirantes aquí? Porque cada palabra tiene, siempre, un pasado. Y almirante no es ninguna excepción. Almirante procede, lo han adivinado, de Emir. El castellano antiguo amirate, nos informa el DRAE, procede del del latín medieval amiratus, adaptación del árabe amīr al-baḥr, “el comandante del mar”. Probablemente la palabra se acuñó en Sicilia, una zona de profunda simbiosis y sincretismo entre el mundo árabe-islámico y el cristiano-latino. La palabra llegó desde el árabe amīr quizás a través del griego bizantino ἀμιράς, -άδος, muy presentes también en aquella época en el sur de Italia. Y de este modo, colorín colorado, de los emires a los almirantes hemos llegado.
Jajaja. Muy bonito.
By the way: en las versión del Corán que he estudiado más, la palabra khalifa aparece traducida como «vicerregente». Y también se aplica al hombre adámico y al hombre en general, vicerregente de Allah sobre la tierra.
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Muchas gracias, querida amiga, por el interesante apunte. Es curioso el emperador bizantino (para ser rigurosos “el emperador de los romanos”) recibía ese mismo sobrenombre: “vicerregente (virrey) o lugarteniente de Dios en la tierra. Estudiaré esa traducción de khalifa. Lo que tengo más claro es que Rasul (Muhammad) debe traducirse como “ El enviado de Dios”, no como “El Profeta», pues eso sería nabib.
Buen día del Corpus. Alhamdu Lillah.
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Reblogueó esto en La morada de la melancolía.
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