La historia de las traducciones de los títulos de algunas novelas constituye una fascinante tarea filológica. En algunos casos esta pesquisa se puede convertir en una genuina quest, tomando la palabra prestada de un maestro reconocido en estas lides, Juan Manuel Bonet.
El cero y el infinito es el título en español de la novela de Arthur Koestler Darkness at Noon, “oscuridad de mediodía”, un curioso oxímoron que nos dice mucho de la pasión que alimentó Koestler a lo largo de su ajetreada vida por la dialéctica y las coincidentiae oppositorum o unión de los extremos. El traductor de la novela al español optó, no obstante, por un calco del título de la traducción francesa de la obra: Le Zéro et l’Infini. El título original en inglés, como ya hemos dicho, es un ejemplo académico de oxímoron, mientras que el título francés, y por ende el español, es una unión de contrarios o extremos.
Hoy le prestaremos atención al cero y sus orígenes. Tiempo habrá de detenernos en el infinito y en otras interesantes traducciones del título de novelas señeras.
Cero y cifra son dos palabras de nuestra lengua íntimamente relacionadas, pues la voz árabe de la que procede en última instancia el vocablo cifra, al sifr, significa precisamente ‘cero’, ‘vacío’ o ‘nulidad’ (cero en alemán se dice Null). Cero en castellano procede del italiano zero, que a su vez viene del latín medieval zephirum. Cifra transcribe un término latino común en círculos académicos en la Europa del siglo XIII: cifra. Los árabes, como es sabido, conservaron la sabiduría aristotélica, y la difusión de esta a lo largo y ancho de Europa en un primer momento fue tributaria de traducciones del árabe y no del original griego. La palabra árabe al sifr a su vez procede del sánscrito sùnya. Es sabido que muchas de esas traducciones se realizaron en la Escuela de Traductores que fundó Alfonso X, el rey sabio.
La intuición de la ciencia india al crear la abstracción “cero” para nombrar el vacío, la nada, tendría siglos más tarde una réplica luminosa cuando los pioneros del lenguaje informático otorgaron a lo existente el signo del uno (1) y a la nada, lo no existente, el mentado sùnya, sifr o cero (0). No parece ocioso recordar aquí la proverbial habilidad que tienen los habitantes del Subcontinente Indio para las matemáticas y, por consiguiente, para la informática. Como en los galgos, parece que viene en la casta. O en el ADN, que dicen ahora a troche y moche hasta los comentaristas deportivos, influyentes líderes de opinión en el uso del lenguaje, en particular de tópicos, muletillas, latiguillos y todo tipo de ignorantes y atrevidades banalidades que tanto daño hacen a la ya de suyo muy precaria lengua de muchos de sus “oyentes”.
Parece una obviedad que las «cifras» romanas debería recibir otro nombre, toda vez que el término no se compadece demasiado con la realidad que designa, al carecer el sistema de numeración romano del «cero».
La cifra latina y la cifra castellana designaron en un principio a la nulidad, antes de verse confundidos con «número» (del latín numerus) y de pasar a extenderse a todas los signos del sistema numérico que en estos pagos hemos denominado tradicionalmente “números árabes”.
En otro orden de cosas, con el desarrollo de la cábala y otras prácticas ocultistas consistentes grosso modo en complicados y reiteradísimos cálculos, la voz cifra se convirtió en sinónimo de “código” o “lenguaje secreto”. Debido a estas prácticas empleamos “cifrar” en el sentido de hacer un mensaje incompresible para quienes no conocen el código en que está escrito, una acepción que se añade a las de “calcular o evaluar una cantidad”. Descifrar, claro está, es hacer inteligible lo que estaba cifrado y por ende era ininteligible.
Para terminar este recorrido por el cero, dos expresiones que nos llegan del inglés norteamericano. “Tolerancia cero”, calco de zero tolerance, que se acuñó en los albores de la “corrección política” en los años setenta del pasado siglo, y que ahora parece estar en la boca (y en la pluma) de muchísimos hispanohablantes. Y el contundente y nihilista “multiplícate por cero” de ese anarquista infantil llamado Bart Simpson.
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