En las culturas premodernas, en las que no estaba extendido el uso de luz artificial, la división entre el día y la noche tenía una importancia muchísimo mayor que en nuestros días. Los griegos tomaron prestada de los babilonios la idea de compartimentar el día en horas. Sin embargo, la hora babilonia era una doceava parte de la totalidad del día, teniendo, por consiguiente, el doble de duración que la hora moderna. Los griegos dividieron el período en el que había luz solar en doce partes y los romanos adoptaron este sistema. De este esquema quedaba excluido el período de la noche y, por tanto, la duración de una hora variaba en función de la época del año.
Para los romanos (y así continuó durante gran parte de la Edad Media) el cómputo de las horas comenzaba al amanecer, que constituía el comienzo de la primera hora (la hora cero); la hora sexta (en torno a las 12:00 actuales), en la que los romanos descabezaban un sueño, dio nombre a la costumbre española por antonomasia: la siesta, palabra que muchas lenguas modernas han adoptado como préstamo. La hora novena (las 15:00) en latín era la nona hora, de donde viene el nombre del servicio de nonas. Sin embargo, durante el siglo xiilas nonae se adelantaron a la hora de la siesta, las 12:00 del mediodía, tal vez porque el horario de las plegarias cambió y se pasó a esa hora o porque se adelantó el momento de la comida del mediodía. De ese cambio viene una palabra que en inglés moderno designa al mediodía: noon. El final de la 12.ª hora coincidía con la puesta del sol.
La hora para el romano era una parte amorfa del día, no una medida exacta de tiempo. La palabra latina hōra procede del griego hōrā, idioma en el que significaba tanto «año, estación o parte del año» como «una parte del día, hora». La palabra griega procede de la raíz indoeuropea *yēr, de la que vienen también el alemán Jahre y el inglés year. Los conceptos de hora y año son muy distintos para nosotros, pero en la visión del mundo de los antiguos esa distinción no era tan neta. Hora en inglés moderno es hour, pues esta palabra procedente del latín sustituyó a las voces anglosajonas tid, que literalmente significa «tiempo» (cf. el alemán Zeit) y stund (cf. Stunde, «hora» en alemán moderno).
El cómputo del tiempo, si bien nunca se llegó al paroxismo de nuestra época, ha sido una preocupación invariable de los humanos. Por esta razón todas las lenguas, y el español no es ninguna excepción, están bien surtidas de palabras que designan los ingenios para medir el tiempo. Reloj viene del latín hōrologium, y éste del griego hōrologion, «el que dice las horas». La palabra que da título a este artículo proviene de una manera muy extendida de medir el tiempo en el mundo antiguo. La clepsidra, del latín clepsydra, que a su vez viene del griego klepsýdra, es el modo en que griegos y romanos denominaban al reloj de agua, al que consideraban, como quiere decir la palabra, un «ladrón de agua».