Arenga es una de las pocas palabras que los visigodos legaron a nuestra lengua. Ni una mínima parte de las que han dejado otras gentes que nos visitaron y ya se quedaron como los celtas, como el pueblo gitano (pero otro día volveremos a eso: “Sanscritismos ibéricos”), o como otros pueblos que sólo nos han visitado temporalmente, como los franceses a comienzos del siglo XIX –resulta ocioso decir que no vinieron a pasar unas vacaciones– o los alemanes, en particular en las Islas Baleares a finales del XX y principios del XXI. Aunque los herederos de Schiller, de Hölderlin y Beethoven parece que se van a quedar por aquellos pagos más tiempo que los húsares y los lanceros de L’Empereur (vive L’Empereur!!).
Como decía, los visigodos, es decir “los godos del Oeste” (Westen Gotten, frente a los Ostrogodos, “los godos del Este”, Ost Gotten), tras saquear consecutivamente Atenas y Roma (todo un récord), se establecieron en el centro de la península, dejaron alguna traza genética en los habitantes de la meseta norte, algunos concilios que tuvieron lugar principalmente en la capital de su reino, Toledo, algunas iglesias que nos siguen conmoviendo como Quintanilla de la Viña (Burgos) y San Pedro de la Nave (Zamora, trasladada piedra a piedra hasta su ubicación actual desde su emplazamiento originario debido a la construcción de un embalse), se trajeron el arrianismo del que se empapó en Constantinopla Ulfilas su evangelizador –y fundador de las literaturas germánicas, al traducir al gótico las Escrituras, y adaptarlas un poco a la mente germánica, todo hay que decirlo, y no hay mejor prueba de ello que las representaciones de los dioses paganos en la Iglesia de Quintanilla de la Viña–, y poca cosa más, en especial en el ámbito lexicográfico.
Todo ello tal vez porque sus leyes les impedían confraternizar con la población hispanorromana, que era cristiana nicena –y por ende fervientemente antiarriana– a machamartillo, tal vez porque sus palabras eran difíciles para los oídos de los hablantes de la piel de toro. Tal vez porque ellos venían con un poco de latín aprendido. Es un enigma en todo caso. Lapesa, el gran historiador de la lengua española, cuyo libro principal es una de mis novelas favoritas, recoge en su inigualable Historia de la lengua española un puñado de palabras, y muchas de ellas, además, llegaron indirectamente, a través del latín. Cosas de la guerra, de la granja, de la corte, un poco escandinavo a decir verdad: guerra, campeón, burgo, albergue, rico, yelmo, heraldo, feudo, embajador, tregua, guardia, espía, orgullo, gaita, arpa, ropa, hato, falda, espetar, sacar, estribo, tejón, ganso, fresco, blanco, jabón, y poco más, se lo aseguro. Y eso que estuvieron aquí tres siglos y muchos de ellos continuaron por aquí, eso sí, convirtiéndose al Islam después de la visita, que iba a demorarse nueve siglos, de Tarik y Muza.
Hoy me voy a detener un poco en una palabra de innegable origen gótico que me gusta especialmente (¿será porque soy dado a las arengas? A darlas, me temo, no a recibirlas…).
Tal vez porque el oído germánico es especialmente sensible a la voz de mando [zum Befehl, “A la orden”, Links, Rechts (“Izquierda, derecha”). Otro día volveremos al arte alemán de la guerra], la palabra arenga surge espontáneamente como un préstamo léxico de esos pueblos que venían de las brumas del norte. *Harihrings designaba a una reunión del ejército en la que el caudillo hablaba a sus guerreros dispuestos a su alrededor formando un círculo. La palabra era un compuesto de *Harjis, “ejército”, «hueste», más bién, y *Hrings, “círculo” y por extensión “reunión”, una palabra afín al inglés ring y alemán Ring, que significan tanto “círculo” como “anillo”.
La etimología descorre un velo y nos permite contemplar la faz inicial de una palabra, su significado primordial, pero en algunas ocasiones las palabras tienen tanta carga semántica que nuestra propia intuición y nuestro propio sentido de la lengua que hablamos nos ponen en guardia –espero creer que no en círculo alrededor de un caudillo– cuando escuchamos o pronunciamos una palabra. Arenga es una de ellas.