En ese prodigio de creatividad e imaginación que son las lenguas de germanía, a alguien se le ocurrió llamar grullas a las polainas, esas medias calzas que cubren la mitad inferior de la pierna hasta las rodillas. Polaina, a su vez, es un préstamo del francés poulaine, una palabra procedente del antiguo poulanne, “piel de Polonia”. No es fácil determinar la metáfora que dio lugar en germanía a que se acuñase “grullas” para designar a las polainas. ¿Tal vez el peculiar aspecto de quien portaba unas polainas, semejante a un ave zancuda?
Grulla viene del latín grūs, palabra que como el inglés crane y el griego geranos tiene un antepasado indoeuropeo, *ger -, una raíz que puede significar “gritar con voz ronca”, por lo que el origen del nombre de esta ave puede ser onomatopéyico. El ave, a su vez, ha dado nombre en español a la máquina que conocemos como grúa, tal vez debido al aspecto de ave zancuda del ingenio militar del mundo antiguo. Y en inglés crane también significa “grúa”.
En su Historia natural Plinio el Viejo nos cuenta que las grullas designan a un miembro de la bandada para que monte guardia mientras las demás duermen. El centinela sostenía una piedra en su garra, de manera que si se dormía ésta lo despertase al caer al suelo. Tomando con un grano de sal las hermosas historias de Plinio el Viejo, sabemos por otra parte que las grullas se emparejan de por vida y que durante su cortejo, fieles a la etimología de su nombre, emiten unos sonidos parecidos a los de la trompeta que se pueden escuchar incluso a dos kilómetros de distancia.
El nombre de la grulla y el del geranio, como se ha dejado entrever un poco más arriba, tienen un origen común. El latín geranium, de donde viene nuestro “geranio”, procede del griego geránion, un diminutivo de gerános, “grulla”. El geranio en inglés recibe dos nombres: geranium y cranesbill, palabra esta última que podría traducirse precisamente como “pico de grulla” debido a su similitud con las delgadas y largas vainas de semillas de algunas variedades de geranios. Como curiosidad, en inglés cranberry -nuestro arándano rojo- es, literalmente, “la baya de la grulla”.
La grulla francesa acabó deslizándose en nuestra lengua a través de sus pies. La palabra francesa pedigree, “tabla o árbol genealógico”, tomada en préstamo por el español como “pedigrí”, procedía precisamente del francés antiguo pied de grue, en referencia a la peculiar forma de los signos de filiación de los árboles genealógicos. Sin embargo, la palabra española sigue la pronunciación de su homóloga inglesa.
Del mismo modo que, unidas por la etimología, tenemos la pareja grulla/geranio, el binomio entre una especie de aves y una especie de flores, existe en nuestra lengua otra pareja de este jaez, la que constituyen la cigüeña y el pelargonium. Es este un género de flores de la misma familia que el geranio, el de las geraniáceas. Su nombre fue acuñado por los botánicos de la Antigüedad siguiendo el modelo que proporcionaba geránion/geranium. ¿Y por qué decimos que esta flor forma tándem con la cigüeña? De nuevo la etimología viene en nuestro auxilio: pelargonium procede de la palabra griega pelargós, que significa, lo han adivinado, “cigüeña”.
¿Qué español mayor de cuarenta años no conoce aquel sucedáneo de la leche materna llamado “Pelargón”? Ahora podemos comprender mejor el vínculo que unía a aquel alimento con el ave encargada precisamente de traer los niños a los hogares desde la capital de Francia.