Heródoto nos cuenta que el emperador persa (Shā) Cambises II, hijo de Ciro II el Grande, el fundador de la dinastía Aqueménida, invadió Egipto. En El Paciente Inglés (novela y película que nos siguen deslumbrando) se hace referencia al episodio de las Historias de Heródoto en que se narra cómo su ejército fue sepultado totalmente por una tormenta de arena. El conde Almásy siempre viajaba por el desierto líbico-egipcio (donde estaba La Cueva de los Nadadores) con una edición antigua de Heródoto llena de anotaciones personales, fotografías, dibujos, ilustraciones. Leía y releía esas historias –pues eran historias, narraciones bellísimas; eso significa etimológicamente historia, “contar lo que se ha visto/oído”– del viajero impenitente de Halicarnaso conocido como “El padre de la Historia”. Otro día hablaremos de otro viajero irredento, Ryszard Kapuscinski, quien también viajaba siempre con su ejemplar de Heródoto a mano.
La invasión de Cambises II llevó por primera vez el dromedario al continente africano. La conquista árabe del s. VI d. C. (cuanto Egipto dejó de ser Aegyptus y comenzó a llamarse Masri) consolidaría la presencia de este camélido que encontramos desde Australia (adonde lo llevaron los británicos desde la India) hasta las Canarias. En las Islas Afortunadas fue algún español quien se sacó de su magín la idea de traer esas bestias tan resistentes desde el vecino Marruecos. Los otomanos llenaron la península balcánica de dromedarios y no era extraño encontrarlos por toda Grecia, las tierras del Danubio e incluso en los asedios de las ciudades del sur de la Mancomunidad Polaco-Lituana en el siglo XVII. Dromedarios en la nieve. Qué imagen.
Existe una cierta confusión terminológica, pues tenemos tendencia a utilizar los términos camello y dromedario indistintamente. El dromedario, del francés antiguo dromadaire, este a su vez del latín tardío dromedarius, “tio de camello”, palabra derivada del latín dromas (“joroba”). El dromedario es un camello (su nombre científico es camelus dromedarius), el camello árabe, el propio de las áreas desérticas del Oriente Próximo y el Norte de África. El camello de los beduinos. El camello con el que la guardia de beduinos de T.E. Lawrence cruzó los desiertos de Wadi Rum y el Nefud para conquistar Aqaba desde tierra, justo donde el único puerto de Palestina en el Mar Rojo no tenía fortificaciones.
Luego está el camelus bactrianus, el camello de Bactria, que tanta curiosidad le suscitaba a mi hija Genoveva. Para entendernos: el que tiene dos jorobas (paradójicamente era la imagen publicitaria de una marca de café que se llamaba “El Dromedario”). Es el camello de las áreas desérticas de Asia Central y Oriental, del Turquestán, del Pamir, del Sinkiang, de China. Es el camello por antonomasia de La Ruta de la Seda.
Camello procede del latín camelus y como casi todos los neologismos latinos (en el Lacio no había camellos) llega a través de una voz griega, en este caso kamelos. Y como en La Hélade tampoco había en un principio camellos, la voz viene, ex oriente lux, del hebreo o del fenicio gamal, vocablo que tal vez esté relacionado con la voz árabe jamala, “portar, llevar”. La raíz semítica es *g-m-l, que ha dado el hebreo gamāl, el arameo gamlā y el árabe jamal.
De la familia de los cámelidos, a la que pertenece (Linnaeus, 1758) el género camelus, forman parte en América del Sur la llama, la alpaca, el guanaco y la vicuña.
En inglés medieval existía otra palabra para denominar al dromedario, olfend, resultado de la confusión entre camellos/dromedarios y elefantes en una época en la que ambas especies solo eran conocidas a través de vagas descripciones y relatos de los viajeros. O para los antepasados de los sorianos, que contemplaran, estupefactos, los frescos de San Baudelio de Berlanga en los que se representaba a esos exóticos animales, propios de los relatos de las mil y una noches, de los que se hablaba en los textos bíblicos o que algún viajero había visto al otro lado de la porosa frontera entre Islam y Cristiandad, en Al-Andalus. Desde entonces, ahí siguen, cautivando nuestra imaginación y evocándonos tierras y desiertos lejanos.
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