Tener un hijo es la mayor de las bendiciones. Pero si además ese niño, o esa niña, tienen determinado nombre, la bendición es doble. Porque el nombre aquí sí imprime carácter. Como se dice para bendecir la mesa en las High Tables (Javier Marías traduce el sintagma como “mesas alzadas”) de los Colleges de Oxbridge (portmanteau o palabra compuesta de Oxford y Cambridge): “Benedictus benedicat”, “Que bendiga el bendito”. Aunque, la verdad sea dicha, cada vez se ve menos eso de bendecir la mesa. A mí personalmente, si es breve, me gusta, porque creo que hay que bendecir la comida, y besar el pan si se cae al suelo.
Benedictus, nombre de Papas (de momento, dieciséis, el último, por el momento, de ellos, Benedicto XVI, Papa Emérito), “El que ha sido (bien) dicho”, “El que ha sido bendecido”, otorgando a la bene-dicción, a la bendición, un carácter casi mágico, taumatúrgico (i.e., “que obra milagros”), como la unción. A los reyes de Israel se les ungía, a Saúl, el primero, a David. Y a los cristianísimos reyes de Francia. Y a los reyes de Castilla. Lectores de la Biblia, el mayor best-seller de todos los tiempos, siempre hubo en todas las cortes medievales.
Benedicto. Benito, su contracción. Como Benito Juárez, libertador de México de la tiranía extranjera impuesta por las potencias europeas a través del malhadado emperador de Maximiliano de Habsburgo, a quien hay que reconocérselo, noblesse oblige, que supo morir como un valiente ante el pelotón de fusilamiento. En Juárez se inspiró el padre socialista de Benito Mussolini para llamarlo así, cuando le hubiera tocado llamarse Benedetto, la versión italiana del nombre, por San Benedetto (San Benito) de Nursia, el fundador de la orden monástica más antigua de Occidente y la más bendita de todas: la OSB (Ordo Sancti Benedecti), los benedictinos, fundadores de monasterios impresionantes por todo el continente europeo, como su monasterio más emblemático, Montecassino, o el de Santo Domingo de Silos, cuyo claustro románico nos sigue inspirando y conmoviendo (y a Umberto Eco, pues en el se inspiró para situar los años de formación del borgiano bibliotecario de El Nombre de la Rosa, Jorge de Burgos). Los monjes benedictinos, los mismos que inventaron el licor más bendito de todos al aprender a destilar con sabiduría sus avellanas: el Benedictine, al que, no podía ser menos, le dieron el nombre de la casa.
Y cómo olvidarnos de Benito Spinoza, mejor dicho Baruch Spinoza, “bendito” en hebreo, de la raíz semítica *b-r-k, raíz que comparten con sus hermanos de estirpe semítica y, hasta cierto grado, de fe mosaica, los árabes, sean musulmanes o cristianos. Por ello el nombre Barack (Barak en hebreo, el nombre de un general bíblico y de un primer ministro del estado de Israel que también fue general, Ehud Barak) de los musulmanes, el nombre que su padre musulmán keniata le puso a su hijo: Barack Obama. O Mubarak, también “bendecido”. O Bruk, el nombre del hijo de mi buen amigo José Manuel Burgueño, una bendición para su familia.
Y quien haya leído los relatos de las guerras de África, como Imán, de Ramón J. Sender, o La forja de un rebelde de Arturo Barea, recordará que en las escaramuzas con los rifeños tener baraka era tener “suerte” (“potra”, en otro registro mucho más coloquial). Baraka, dicen quienes lo conocieron bien, tenía Hassan II, el padre del actual Rey de Marruecos y Comendador de los Creyentes, especialista en sobrevivir a atentados, dos o tres que se sepa, y a conjuras palaciegas.
Sí, judíos y musulmanes (también los cristianos de lengua árabe) dicen “estar bendito” o “tener fortuna” (que viene a ser lo mismo) con la misma palabra, pues tienen muchísimo en común. Como con los cristianos, el otro pueblo bendito del libro, quienes seguimos denominando a nuestros hermanos en la fe de Abraham y Moisés, nuestros “hermanos mayores”. Como “hermanos menores” deberían ser para nosotros los ismaelitas, musulmanes o muslimes (sarracenos es un término que hace referencia a la procedencia geográfica, del griego Σαρακηνός, sarakenós, del árabe sharqiyyin, que significa “los orientales”). Pero eso ya es otro cantar. Y para afinar en el canto conviene fijarse con mucha atención en el significado de las palabras y comprobar de ese modo todo lo que nos une y no fijarnos tanto en lo que nos separa.
Bendito seas, pues, que no puede ser otra la conclusión de este blog
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Y con el mismo significado, el apellido cátaro Benet.
Gracias por tu bene-dicto artículo. Me ha resultado interesantísimo y precioso.
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