El sentido figurado de rōbur en latín es “vigor” o “fuerza”. Este fue el nombre que los romanos le dieron al más recio de los árboles: el roble (recordemos que el nombre científico de este árbol es Quercus robur). Robusto (robustus) comenzó siendo algo hecho de madera de roble, por ende, en sentido literal y figurado, algo muy fuerte y resistente, lo que ha dado en la acepción que tiene en las lenguas romances y en el inglés “robusto”. Teniendo presente la misma idea de dureza se bautizó como roburite a un explosivo que se utilizó en el siglo XIX en la minería. En latín el verbo rōborāre significa “fortalecer”; su derivado corrōborāre refuerza, valga la redundancia, esa noción de “fortalecer”. Ambos verbos latinos han dejado en nuestra lengua dos vástagos, más utilizado el segundo que el primero: roborar y corroborar. Por tanto, cuando algo/alguien corrobora nuestra opinión, nuestro punto de vista o nuestra conducta la está “reforzando”, “rubricando”, “fortaleciendo” o en sentido más literal “avalando”. Para fuerte, por consiguiente, el roble y el caudal léxico que ha dejado en nuestra lengua.
Los romanos no fueron los únicos que bautizaron a este árbol con un nombre que denotara fuerza y dureza. Drūs en el nombre que los griegos dieron al roble. Los griegos también consideraban al roble como el árbol por antonomasia, pues le dieron un nombre que procedía de la misma raíz que designaba al árbol en general en esa lengua: déndron. Y la raíz indoeuropea de ambas palabras es *dreu/deru-, que significa “fuerte”, “firme”, y cuyos derivados casi siempre proceden de su especialización en “madera”. Drupas son las frutas, como el melocotón y la ciruela, que tienen el mesocarpio jugoso y el endocarpio leñoso, y toman su nombre del griego drýppa, que significa, precisamente, “leñoso”. Todos sabemos que los “huesos” del melocotón y la ciruela son fuertes como el roble.
Para los pueblos de origen indoeuropeo los árboles y su madera eran la plasmación física de conceptos como la fuerza, la firmeza, la solidez, la fiabilidad. No es de extrañar que en las lenguas germánicas la idea de “confianza” y “verdad” se nombre con palabras que derivan de los nombres de los árboles: true procede de tree, o mejor dicho de sus antepasados trēow y *trewam (cf. el alemán Treue). “Tregua” ha llegado a nuestra lengua a través del gótico de esa misma raíz y, sobre todo, de esa misma idea de firmeza. La palabra de un germano era tan fuerte como un roble.
El roble, con sus nombres vernáculos en tantas regiones de Iberia. Carvalho/carballo en Portugal y Galicia. Carballón, en Asturias y en particular en Oviedo, prácticamente el héroe epónimo de los ovetenses. Las cajigas de mi tierra, el nombre con el que sólo puedo llamar al roble cuando estoy entre las brumas de los cajigales. ¿En qué pueblo de Cantabria no hay una cajiga (o un cajigón) centenaria? Y en la linde con Francia, el aritz, que dio nombre a la primera dinastia de monarcas del Viejo Reyno, cuando aún era el Reino de Pamplona, los Arista. Arizaga, Arístegui, Aristizábal, apellidos vascos que evocan la fortaleza del roble.
Todos los que han leído los tebeos de Asterix están suficientemente familiarizados a través de Panoramix con la figura del druida; lo suficiente para asociar a los miembros de esta casta sacerdotal de los pueblos célticos con el roble, en cuyas copas los druidas pasaban gran parte de su tiempo cortando las ramas de muérdago. Druida ha llegado a nuestra lengua a través del latín druĭda, una voz de origen galo, como nos dice el DRAE; este diccionario nos pone en la pista otra vez al vincular druida con el celta *d[a]ru-, “roble”. ¿El druida es, por consiguiente, el que está siempre en el roble? Si volvemos otra vez a la raíz *dreu/deru (“fuerte”), podríamos considerar también como el origen de esta palabra el compuesto céltico *dru-wid, “de fuerte vista”. El druida es “el que ve de lejos” porque tiene la vista “más fuerte”. Una vista, ¡por Tutatis!, tan fuerte como el roble en el que pasa tanto tiempo.