En castellano tenemos la expresión “perder el Norte” para dar cuenta de un momento de nuestra vida en que hemos perdido, precisamente, la orientación, que nuestra brújula se ha vuelto loca y que no se encuentra el componente norte ni se espera recuperarlo. También existe, aunque muy poco utilizado, nortear. Perder el norte, nortear, desnortado. Parece que en nuestra lengua el norte es más importante que el sur, pues nadie dice “perder el Sur” o “surear”, o “desurado”. Aunque, como bien dirían Benedetti y Serrat, el Sur, por supuesto, también existe.
Sin embargo, en italiano, como en todas las lenguas, los poetas “príncipes” innovan, y allí el Sur tiene más carta de naturaleza. Salvatore Quasimodo, poeta siciliano, premio Nobel de literatura del año 1959, escribió un poema titulado “Lamento per il Sud”. El poema cuenta la historia, como recuerda Manuel Vázquez Montalbán en esa novela bitácora a la que volvemos una y otra vez, Los mares del Sur, de un meridional que está echando raíces en el norte de Italia; un terrone, para que nos entiendan en Italia, que le dice con resignación y un punto de amargura a la mujer amada, septentrional ella, que ya nada le vincula al Sur, al Mezzogiorno, pues su brújula apunta hacia el Norte magnético hacia el que le han llevado sus pasos en la vida. Più nessuno mi porterà nel Sud.
Cuando dije al principio de este pecio que el Norte pesa más en nuestra lengua que el Sur no estaba hablando en serio, evidentemente. La sola expresión “Los mares del Sur”, de Vázquez Montalbán, de Gauguin, de Jack London, de Stevenson, es una promesa de esperanza, de plenitud, de sol y de mar, una auténtica utopía. Vasco Núñez de Balboa, decidió denominar al Océano Pacífico, el enorme océano que separa, y une, América de Asia, que vio por primera vez, es decir, con ojos europeos, el 25 de septiembre de 1513 como “Mar del sur”, porque su exploración desde el otro lado del istmo de Panamá le llevó en esa dirección.
Al pensar en los trabajos y andanzas del extremeño (Jerez de los Caballeros) me resulta imposible no evocar a Jenofonte y sus soldados, cuando al terminar el viaje que les traía desde Mesopotamia al Mar Negro, gritaron, ta zálata, ta zálata (“el mar, el mar”), al divisar desde un promontorio el Ponto Euxino, el Mar Negro. Una epopeya cuyo relato, La Anábasis (es decir, “el camino rumbo al norte”) es por derecho propio uno de los relatos de aventuras más fascinantes de la literatura universal. La epopeya de Núñez de Balboa constituye, también, una Katábasis, es decir, un descenso hacia el sur ‒no hacia el infierno, porque eso es lo que hace Ulises cuando en La Odisea desciende a los infiernos, descensus ad inferos‒, hacia la mar océano cuya soberanía reclamó para los soberanos de Castilla y a la que denominó por esa razón “Mar del Sur”.
Ahora que comienza julio y el consiguiente éxodo hacia otras latitudes, en unos casos hacia el Norte Magnético, en otros hacia el Sur y sus mares, esta bitácora de navegación consagrada a los dioses lares de la melancolía, esta Morada de la Melancolía también echa el cierre estival, al igual que hoy se ha despedido de nosotros, o más bien nos ha dicho hasta pronto, Sinfonía de la mañana, el programa de Radio Clásica que desde el miércoles 14 de enero, cuando serendipitósamente lo descubrí al reconocer, entre las brumas del sueño, el Concierto nº 2 de Sergei Rachmaninov, nos ha proporcionado la gran melodía de la vida, justo cada mañana de lunes a viernes a las 08:00. Siempre estaré en deuda con Martín Llade y su cuadrilla.
En septiembre, el séptimo mes de los romanos, pasados los meses consagrados a Cayo Julio César y a su heredero Julio César Octaviano, Octavio César Augusto, volveremos con nueva inquisiciones sobre los lejanos y brumosos orígenes de las palabras, con más microrrelatos léxicos. Con más, en definitiva, historias de palabras, que describen nuestro mundo, nuestros sentimientos y entretelas y le dan una carta de navegación a nuestra derrota por la vida. Y, por supuesto, volveremos a Sinfonía de la mañana.
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