Garbo. Pero hoy no vamos a detenernos en hablar de La Divina, Greta Lovina Gustafsson, conocida para la eternidad y el Olimpo cinematográfico como Greta Garbo (1905-1990).
“Tener garbo”, “caminar con garbo”, “caminar con elegancia”. ¿Qué nombre artístico podría haber elegido aquella criatura de otra dimensión? Acertó hasta tal punto que si decimos la palabra garbo, La Divina es prácticamente la primera asociación de ideas que tenemos.
Hoy vamos a hablar de los orígenes, interesantísimos, de la palabra garbo y de todo lo que consciente, e inconscientemente, nos evoca. Y, claro, a los miembros de la secta de la Segunda Guerra Mundial obviamente les vendrá a las mientes Garbo, el nombre en clave del espía español (y catalán) Juan/Joan Pujol García, quien contribuyó decisivamente a engañar a los alemanes, haciéndoles creer a pies juntillas que el Día-D tendría lugar en Pas-de-Calais y no en Normandía.
La palabra garbo en castellano tiene acepciones claramente halagadoras; no se puede decir “mal garbo”, pues se da por descontado que tener garbo es “tener buen garbo”. Gracia, gentileza, elegancia, buena forma. Por ello desgarbado significa, precisamente, “carente de gracia y elegancia”.
La palabra, como tantas cosas bellas y tantas bellas palabras de nuestra lengua viene del italiano garbo, que originariamente significaba “plantilla”, “modelo”, “curvatura de una nave”, y, por ende, “gracia”. Al italiano la palabra probablemente llegó desde el árabe de Sicilia qâlib, “molde”, palabra de la que también procede nuestro “calibre”. Pero ahí no termina la cosa, porque ya sabemos cómo se las gastan las palabras, especialmente en el Mediterráneo y más si cabe tratándose de términos náuticos. Qâlib es un préstamo del griego kalopous, “horma de zapato”, de kalou, “madera” + poús, “pie”.
Federico Corriente en su imprescindible Diccionario de arabismos (otra de las novelas más apasionantes que conozco) cifra en poco más de cien los helenismos españoles que llegaron a través del árabe. Garbo es uno de ellos. Y hay alguna palabra casi homónima que no tiene ningún parentesco etimológico con ella. El árabe Al-Gharb, “occidente”, de donde proceden Los Algarves. Hablo de “los Algarves” porque no hay uno sólo; hay al menos dos: uno en Portugal, el más conocido, El Algarve por excelencia, pero también está el occidente u ocaso de España, allá hacia la desembocadura del Guadiana, en la Raya con Portugal, El Algarve español, nuestro propio Reino del Ocaso, las tierras del Rey Argantonio y de la legendaria Atlantis . En cuyas playas precisamente, en Punta Umbría en concreto, apareció el cadáver con la información que engañó a los alemanes en la operación que diseño Garbo.
“Ahora comprendo por qué hay una guerra en Troya”, dijeron los ancianos al volver la cabeza para contemplar el espectáculo del isócrono cimbreo de las caderas de Elena de Troya mientras se dirigía a las Puertas Esceas a contemplar el combate entre Menelao y Paris:
No es extraño que combatan troyanos y aqueos de buenas grebas,/por una mujer tal estén padeciendo duraderos dolores:/tremendo es su parecido con las inmortales diosas al mirarla./ Pero aun siendo tal como es, que regrese en las naves/ y no deje futura calamidad para nosotros y nuestros hijos (Ilíada III, 156-160).
Elegancia de una mujer caminando, metáfora feliz inspirada en el surcar las aguas de una nave bien construida, esto es, con garbo. Aunque, todo sea dicho, al igual que a veces las naves zozobran, las damas pueden trastabillarse y tropezar. Los tacones, en muchos casos, son talones de Aquiles: un peligroso ejercicio de funambulismo y un inevitable provocador de caídas. Eso sí, ―los tacones― llevados siempre con mucho garbo. La condenada belleza del mundo. El don fatal de la belleza.