A quien conmigo va
“Yo también estuve en Arcadia”, vendría a decir una traducción más o menos literal del latín, aunque, según nos explica Erwin Panofsky en un estudio suyo sobre este motivo, la cosa es un poco más complicada. La Arcadia original, una montañosa y depauperada región del centro de la península del Peloponeso en la Grecia actual, fue cantada por los poetas del mundo antiguo, sobre todo por Virgilio, como un paraíso rural donde era posible encontrar seres inocentes y, tal vez por ello, felices. El meollo del lema Et in Arcadia ego –pues de eso se trata, de un lema, lo que los ingleses denominan motto, y nosotros, en los tiempos antiguos, mote– consiste en que la Muerte tiene siempre la palabra, la última, la postrera. Que incluso en los tiempos de mayor felicidad, la decadencia y el desastre final nos acechan. Que la felicidad es fugaz, aun más fugaz que la vida misma.
Puede que la más conocida representación del lema en las artes plásticas sea el cuadro (datado en 1655) del pintor francés Nicolas Poussin (1594-1665), en el que observamos a varios confusos habitantes de la Arcadia que están tratando de interpretar las ya apenas visibles palabras de una inscripción sepulcral. Poussin había ya pintado en 1627 una versión aún más explícita del tema, en la que una calavera reposa sobre la tumba. Parece lógico interpretar en esta clave la famosísima calavera a la que Hamlet, príncipe de Dinamarca, herido de muerte por la melancolía, la enfermedad paneuropea por excelencia, dedica ese monólogo que cualquiera, sin necesidad de haber leído jamás a William Shakespeare, conoce a la perfección.
He querido recordar aquí este memento mori (“recuerda que has de morir”) en homenaje a uno de mis escritores favoritos: Evelyn Waugh (1903-1966). Buena prueba de cuánto apreciaba este escritor el lema Et in Arcadia ego es que así se titula el primer capítulo de su maravilloso libro Retorno a Brideshead. Cuando Charles Ryder, el protagonista de la novela, llega a comenzar sus estudios –es un decir, pues a Oxford no se iba a estudiar, sino a educarse– a comienzos de los años 20 a la universidad de Oxford, una de sus más queridas posesiones era precisamente una calavera con la inscripción a la que he dedicado esta breve nota inscrita en su frente.
Resulta difícil comprender la significación del título del capítulo primero y su importancia en la economía interna de toda la obra la primera vez que se lee Retorno a Brideshead, pero tampoco se trata de algo esencial: tengo para mí que quien lee esta novela una vez, suele hacerlo más veces. Quien lo probó, lo sabe.
Totalmente de acuerdo: “Retorno a Brideshead” es una de las novelas más hermosas que se puede leer. Y como bien dices, no una sino varias veces y en diferentes épocas de la vida. Me alegra encontrar a alguien que opina lo mismo que yo. Un saludo.
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Muchas gracias por tus palabras, Ana. Compruebo que también perteneces a la secta.
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